¿Y si dejamos que el cuerpo se exprese en la confección de un poema?
Veamos primero qué nos impulsa a escribir. Puede ser una palabra o quizás una conversación, un paisaje o una imagen desencadenada en nuestro imaginario, un recuerdo o un sueño…Sí, pero lo que nos lleva a los cauces de un poema es la emoción, puede que sentida al evocar esa anécdota o imagen o recuerdo, pero al fin y al cabo el disparador es la emoción. Nuestras vivencias las hemos transformado en recuerdos sensoriales que utilizamos en la elaboración del poema, pero nos olvidamos de sentir en presente con todo el cuerpo.
Recordemos una ola rompiendo en un acantilado. ¿Podemos respirar el aire salino, el susurro de la espuma, la distancia al suceso? Cerremos los ojos y bailemos como esa ola. Seamos ella por un momento. Quizás esto nos impulse a movernos de una determinada manera o simplemente a abrazar el momento y quedarnos de pie esperando que la ola se suceda sin resolverse una y otra vez en un mar que nos envuelva. Permanece atento a los detalles. ¿Qué ves? ¿Qué sientes?, ¿cómo lo sientes? ¿Cómo lo expresa tu cuerpo? ¿Hay calma, tensión, movimiento o tal vez agitación? ¿Eres la ola o quizás la roca donde golpea? ¿O la gaviota que cruza ajena al suceso pero bajo su influjo? ¿Sientes la sal en la disolución del momento? Mantén unos segundos estas sensaciones. Deja que tu cuerpo viva en presente la imagen.
Ahora es el momento de escribirlo en papel. Anota todo lo que se te pase por la cabeza y por el cuerpo.
Puedes hacer este ejercicio para familiarizarte con el cuerpo en tu proceso de creación. Detalla al máximo lo que sientes. Con todo ello, puedes elaborar un poema. Quizás ni siquiera hable del mar, no importa, déjalo fluir. La poesía nos catapulta a lugares secretos de nosotros mismos.
Otra variante, no por menos interesante, es hacer este ejercicio al término de un poema. Por ejemplo, graba en un audio tu creación terminada y luego intenta sentirla mientras la escuchas. Muévete con sus ritmos, visualiza las imágenes y ponlas a danzar. Siente sus pausas, respira sus silencios, que el tono lleve el compás. Después pregúntate dónde has sentido más, o si hay alguna parte que te hace ruido o no te fluye tan bien como el resto. En todo caso, déjalo en reposo sin prisa. Pero antes, pásalo por el cuerpo. Todo lo que almacenamos en la memoria tiene la consistencia que le otorgan los sentidos. ¡Déjalos fluir!