Nunca la lluvia. Pero no soy ella.
También me dejo caer.
Sin nube anunciadora.
Miro los deseos del cielo y no son los míos.
Miro el amanecer. Es mío.
Quizás en otra piel.
La lluvia no te salva de lo efímero
como en esos lugares íntimos
insanos de simpatía
cuando se cansan de recordar.
Si toco esa pluma agiganto
la brizna y el pellizco.
Por los siglos helados avanza el escuadrón de lo inútil.
Son gatos oscuros huyendo del agua,
invasores sin ley
ensombrecidos bajo sus propias huellas.
Y uno arrastra la lluvia
sin otro juramento
que la piedad del viandante
para la hormiga del camino.